Por Camilo Villoria
Publicado en el Salón Tollota 2013
Publicado en el Salón Tollota 2013
En primera estancia, el crítico-acrítico decide empezar su propia
corriente crítica dados los estándares (o formas de comportamiento)
insatisfactorios que encuentra en el medio artístico que conoce (¿qué conoce?).
En segunda estancia, recurre a la amarga idea de formular
una especie de normativa que guie a los posibles críticos-acríticos afines a
sus proposiciones altamente beligerantes y controversiales. Dada esta
contextualización, el crítico-acrítico impone que:
1. El crítico-acrítico adoptará
de forma voluntaria la postura de evitar emitir públicamente un juicio destructivo,
pues se niega a permitir un aumento desmedido de sus niveles de egosterona.
2. Del mismo modo, el crítico-acrítico
evitará generar e imponer cánones de
representación adecuada puesto que es consciente de su posición
subjetiva en un oficio que está altamente relativizado. Acéptese todo esto,
porque al defender su posición a capa y espada dará como resultado un
inevitable e innecesario aumento de sus, tan cuidados, niveles de egosterona.
3. Así, el mismo acto de escribir acerca
de sus concepciones estéticas ya es de hecho un signo del aumento de su egosterona, por lo que, en cuanto a
crítica pública se refiere; el crítico-acrítico guardará silencio. Que lo hagan
otros (A ver a cómo está la sensatez).
4. Alguien preguntará ¿Sumisión?
5. No, –pensará el crítico-acrítico– prudencia.